Las infinitas posibilidades del grabado
[…] La obra de Juliette Vivier se ciñe a los postulados artísticos que marcan el camino a los que sienten y actúan como verdaderos y comprometidos grabadores en el más estricto sentido de la palabra, aquellos cuyos planteamientos artísticos están absolutamente imbuidos por los minuciosos procesos, estrictamente artesanales, de los que dominan todo lo que debe pasar por el tórculo. El grabado de la autora nacida en la ciudad costamarfileña de Abidjan desentraña mucho de lo que es una pulcra estructuración, ese manejo exacto de los materiales conformantes del que hace gala todo gran grabador, esa unidad creativa que pretende siempre un resultado feliz pulcramente estructurado desde el dominio de la materia y ese desarrollo plástico poderoso y altamente riguroso que lleva a un desenlace formal adecuado en todos sus elementos constitutivos. En su trabajo encontramos una escueta representación inmersa en una muy acertada maraña plástica que difumina gran parte de los contornos ilustrativos y positiva una imagen de poderosa estructura formal que, unas veces, potencia la expresión y, otras, amalgama los espacios en una composición múltiple y repetitiva.
El grabado que Juliette Vivier nos presenta en Lebrija se configura en dos series perfectamente diferenciadas; por un lado, piezas con un paisaje poderoso, de enigmática representación y ambigua formulación ilustrativa; un paisaje que potencia los esquemas visuales, con dos tintas acertadamente distribuidas en fondo y forma, hasta desenmascarar un escueto escenario nevado que diluye su abierta composición hasta confundir la mirada en inquietantes guiños de complicidades, tanto representativas como conceptuales y significativas. Junto a estos paisajes de solitaria e inquietante escenografía, la artista francesa nos presenta una colección de obras conformadas desde distintas planchas que, unidas, formulan especie de caleidoscopios donde las estructuras de aquellas, se confunden y organizan en unos bellos puzzles de justa conformación y amplia expectación creativa. En esta última serie, lo real acaba distorsionando sus concretos límites en favor de unas formas arbitrarias, que llegan a suspender el hilo conductor que ilustra la mirada para llegar hasta casi una pseudoabstracción en la que todo puede ser susceptible de poseer sentido significativo desde su poderosa constitución material.
De nuevo la galería El Viajero Alado apuesta por una muestra importante, acertada de principio a fin, con un grabado que deja entrever las máximas posibilidades de una modalidad con todos los máximos valores artísticos. Y de obra gráfica en el espacio expositivo de la lebrijana calle Arcos se sabe mucho.
Bernardo Palomo